Con buen humor y ganas, llego a casa y lo primero que oigo tras cruzar la puerta, son repetidos “mamá, yeyé, mamá, man”, dichos con contundencia y con algo de exigencia. Es Covadonga, mi hija, que hace nada cumplió dos años.
Le saludo, dejo el bolso y el abrigo en su sitio; siento a mi pequeña en una silla alta, le doy el babero, una cuchara mediana y un plato, abro la nevera y cojo un yogur; de la caja de las galletas cojo dos y tras un respiro, me siento frente a ella. Para mi es un disfrute mirarla; sonrío mientras merienda sola con bastante soltura.
Cuando estamos en la cocina, la mayoría de veces le doy algo para que juegue y se entretenga, en otras no es necesario ya que aunque es una niña vital, me sorprende quedándose quieta y callada, viendo como sale el humo de la cacerola, como espolvoreo la harina, el juego de muñeca cuando majo en el mortero o bien el ruido que hago al montar las claras a punto de nieve,… siempre con sus lápices de colores y una libreta para pintar en cuanto se tercia. En ocasiones creo que es un experta de la cocina, con esa mirada fija, con los ojos bien abiertos y con su cara bonita.
Me vienen a la memoria los muchos ratos pasados con ella en las distintas cocinas, primero durante el embarazo; tras nacer, en el moisés, al poco tiempo en la hamaca, meses después en la trona y ahora en una silla. Cuatro etapas en algo más de dos años; casi el mismo número de mudanzas. He conocido tres cocinas diferentes en dos años, la primera y la última con mucha luz y con buena distribución, también cómodas y con algo más de lo necesario para trabajar y disfrutar a gusto, bien.
Este mes que acaba, ha sido novedoso en distintas facetas profesionales y todas dentro de amplio mundo de la Cocina. He preparado nuevos cursos, corregido y actualizado unas cuantas recetas y todas están ordenadas y clasificadas; he comprado un software de base de datos para organizar y optimizar los distintos archivos; en mi aniversario me regalaron varios útiles de cocina que necesitaba y que voy utilizando con mayor o menor dominio y he tenido el pistoletazo de salida a una asesoría que me permite tener la oportunidad de enseñar a otros profesionales de la Cocina.
Cada día disfruto más y mejor con la cocina, mi salsa, mi terreno preferido. No dejo de aprender y ver nuevas formas de hacer, todo con esa soltura que da la práctica, el estudio, y el procurar hacer las cosas con cariño; en ocasiones lo consigo, en otras no. Tomo decisiones con la rapidez de un capitán de barco en medio de un temporal o cuando el cocinero o la cocinera, dirige a su equipo en medio de una celebración, me gusta.
Entre un poquito de aquí y otro poquito de allá, he hecho un Mousse de Dulce de Leche, que a las dos nos encanta.
Con un bote de dulce de leche y cinco claras montadas a punto de nieve; remuevo bien el dulce de leche para que me quede una crema suave, monto las claras a punto de nieve y las añado al dulce de leche con una espumadera y de forma envolvente. Como a mi hija le gustan los crispis, le incluyo dos puñaditos al Mousse. Ella está tan divertida, repite “más, más, mamá más”. La coloco en pequeños boles de loza rizados y de colores que compre en Biarritz y los dejo en la nevera, para que la Mousse tome cuerpo. A cada bol y dependiendo del color del mismo, le coloco en el centro un «m&m» del mismo color. Covadonga ha puesto dos «m&m» y la verdad es que muy centrados no le han quedado, pero no pasa nada, así se aprende.
Continúo.
P.S. Las ilustraciones son de Nancy Franke.
Precioso relato. Escribes como cocinas, muy rico…
Queremos más.